El talento en red es la mejor respuesta en este momento que nos ha tocado vivir: la unión siempre ha hecho la fuerza frente a la adversidad. Hace muchos años mi querido y admirado Andreu Vea creó una comunidad llamada IP (Interesting People) con grandes científicos de todo el mundo, que conectados mediante una lista de distribución de mails, compartían ideas, artículos, opiniones… como hace la ciencia y la sociedad que avanza, compartiendo, retando, conectando. Lo que empezó como una red para conectar gente interesante se ha convertido hoy en uno de los focos de inteligencia y colaboración más importantes para vencer esta crisis sanitaria. Una spin-off del grupo, llamada CovidWarriors se ha centrado en acciones concretas, como la producción de mascarillas en 3D gracias a los “makers”, el desarrollo de apps, crear ventiladores mecánicos, coordinar proyectos con exteriores…, entre otros muchos logros. Es inspirador seguir sus avances, observar el gran trabajo y la generosidad de todas estas personas te confirma el poder de la inteligencia colectiva y la solidaridad humana, especialmente en momentos de crisis como los que estamos viviendo. Algunas noticias positivas nos informan de sus avances.
¿Y qué podemos hacer el resto si no pertenecemos a aquellos agentes que están en la primera línea de batalla? Todos podemos ayudar, cada uno en su humilde medida. Cuidar de los vecinos, llamar a personas que sabes que están solas, hacerles la compra. Lavarse las manos. Generar contenido para inspirar, entretener, dar esperanza. Todos podemos hacer algo. Porque hacer algo ayuda a la comunidad y también ayuda al individuo a mantener la calma.
El poder de la comunidad.
Hace tiempo, me cautivó tanto una historia que la incluí en mi libro “Ahora o Nunca” para explicar que la fuerza y el bienestar del individuo nacen de la comunidad. Os comparto un fragmento:
“Nasr Chamma lo había perdido todo. De madre siria, Nasr había nacido en Trípoli, una de las ciudades más modernas, ricas y con mayor nivel de vida de África. Hasta que la guerra lo destruyó todo. Entonces, junto a muchos de sus conciudadanos, fue desplazado a un campo de refugiados. Después a otro. Y así hasta tres. Mientras se esforzaba por sobrevivir, Chamma, arquitecto de profesión, se fijó con detenimiento en la estructura de los campos de refugiados y cómo en cada uno de los asentamientos se organizaban las comunidades en relación al espacio.
Uno de esos campos fue Zaatari, en Jordania. Este campamento llegó a albergar en poco más de 5 km 150.000 personas en 2003². Para que os hagáis una idea, tiene aproximadamente la misma extensión y población que el glamuroso barrio de Salamanca de Madrid, con sus restaurantes de alta cocina y boutiques. La diferencia es que los habitantes de este exclusivo vecindario no se hacinan en tiendas de campaña de precarias condiciones en el desierto junto a personas que no conocen de nada, sino que viven en bloques de varios pisos de altura y grandes comodidades. Tampoco han perdido su estatus ni son errantes sin patria, ni son definidos como “refugiados”. Tampoco viven de la limosna de las organizaciones humanitarias.
El joven Nasr Chamma observó que en Zaatari y otros campos de refugiados, las personas tendían a agruparse según sus etnias. El mercado ocupaba un lugar vital en sus vidas. Ese improvisado y ruidoso zoco, compuesto por más de 3.000 espacios de puestos de comida, venta de pájaros y peluquerías generaba una rutina, marcaba horarios y promovía el desarrollo de actividades. Gracias a él, todos los refugiados realizaban una tarea social en la que se sentían útiles y les mantenía ocupados, minimizando los conflictos que podían surgir entre ellos. Colaborar les ayudaba a superar el trauma de la guerra y les hacía sentirse útiles en la comunidad. Colaborar aumentaba su bienestar individual.
Nasr consiguió asilo en Canadá donde realizó un doctorado. Luego se unió al colectivo francés de Architecture Sans Frontières y años más tarde formó parte de su representación en el Festival eme3 de arquitectura en Barcelona, donde fue ponente. Sus ideas llamaron poderosamente la atención de un estudiante de sociología que atendía al congreso. A la finalización de la jornada se acercó a él y conversaron. El estudiante estaba inmerso en la realización de su trabajo de fin de grado y preguntó a Nasr Chamma si podría hacerle una entrevista para una de sus líneas de investigación. El arquitecto sirio aceptó y semanas más tarde tuvo lugar la entrevista. Durante más de una hora, doctor y estudiante conversaron sobre colaboración, progreso y sociedad desde dos puntas del mundo a través de Skype.
Chamma explicó que en los campos de refugiados desaparecían las barreras sociales y las jerarquías socio-económicas. En ese nuevo entorno, era imposible distinguir el rico del pobre, el profesor del juez, el carpintero del panadero. También allí el número de conexiones sociales crecía exponencialmente, llegando incluso a multiplicarse por 100. Cuantas más personas conocía un individuo, más fuerte se volvía porque tenía más información, más inteligencia social y seguridad. Su análisis de los asentamientos mostraba que cuanto mayor era el mercado, mejor era la cohesión y la fortaleza de las relaciones tejidas entre los refugiados. El número de conexiones y la información social les hacía más competentes, más fuertes, les hacía incrementar su competitividad grupal.
Esta unidad no gustaba a todo el mundo. Las autoridades del lugar temían que el asentamiento temporal se convirtiera en una ciudad y tomaron medidas para impedirlo: anularon el mercado. Una mañana llegaron cientos de hombres armados que obligaron a cerrar los puestos, impidiendo la colaboración en ese espacio de intercambio. Al cabo de unos días comenzaron a aflorar conflictos y la violencia entre los grupos. La comunidad comenzó a colapsar, una excusa que usaron las autoridades para enviar aún más fuerzas para dispersarlos, acabando con la comunidad cohesionada. Triste, ¿verdad? Y lamentablemente cotidiano. ¿No te resulta familiar, querido lector?. Seguro que te vienen a la mente más de una historia de comunidades destruidas al eliminar su cohesión -intencionada o inintencionadamente-. Al impedir la colaboración.
Un día aquel estudiante de sociología me habló sobre su trabajo de fin de grado. Debatimos sobre los contrastes de nuestro mundo. Cómo personas que lo han perdido todo encuentran consuelo y significado a su existencia al colaborar con otros individuos. Entonces nos apenó darnos cuenta cómo en las sociedades de consumo e hiperconexión, las personas que lo tienen todo manifiestan signos de soledad y ansiedad. Porque en realidad no dedican suficiente tiempo a las personas a las que tienen al lado. Aquél estudiante me hizo reflexionar sobre la gran diferencia que hay entre la sociedad de consumo y la sociedad de intercambio: no es lo mismo tener conexiones que tener relaciones.
Tener relaciones de confianza ofrece a los humanos apoyo y consuelo. Bienestar. Sentido. Teniéndolo todo o perdiéndolo todo, es en la comunidad donde las personas hallan la fuerza y determinación para aprovechar sus oportunidades de calidad”.
Algunos ejemplos de talento en red.
No sabemos las consecuencias de la crisis sanitaria que estamos viviendo. Suponemos que afectarán al orden social y económico que conocíamos. Si DESCONOCEMOS las consecuencias, CENTRÉMONOS en lo que SÍ QUE SABEMOS. Que el miedo no nos paralice ni nos haga perder la cordura.
Porque la cordura, incluso en momentos de gran trauma, se puede mantener encontrando qué hacer. Compartiendo, colaborando, ayudando al de al lado. Porque de la colaboración con la comunidad, del intercambio en la red, nace la fuerza y bienestar del individuo y también de la sociedad.
He iniciado este post con el ejemplo de una red de talento organizada para ayudar. Pero hay muchos más en campos muy distintos, como por ejemplo:
Margarita, la octogenaria que cose 50 mascarillas diarias para los sanitarios
Guillem Recolons, dando una lista de 10 cosas que puedes hacer para trabajar tu marca personal en casa
Dolors Reig, la socióloga que compartía sus siempre valiosas reflexiones y aprendizajes sobre la sociedad aumentada digital
La maratón de formación en abierto que escuelas y asociaciones han hecho, como Cursiva en su canal de Instagram
El análisis de los empleos que crecen.
Llevo años identificando y ayudando a profesionales a tomar decisiones sobre su carrera. Ni ellos ni yo podemos saber en el momento de la decisión si es o no la correcta, y sin embargo tratamos siempre de controlar dos factores:
Que no exista ningún tipo de sesgo que contamine o distorsione la interpretación de la información que se tiene.
Que se tengan muy claro los posibles resultados -razonables- de cada una de las dos decisiones. Ponernos en el “peor escenario” y cuantificar las consecuencias nos hace poder ponderar una frente a otra.
El peor sesgo al que se enfrentan las personas hoy es el de la desesperanza. El de creer que se tiene poco poder para hacer algo, o que no importa. Pero todo el mundo importa. Cada gesto cuenta, y seguro hay que algo que cada persona, desde su morada, puede hacer. Aunque sea mantener la calma y no perder la esperanza. Porque cada persona cuenta, cada persona es un miembro valioso de esta comunidad.